La dignidad del cargo parlamentario

 

Reflexionar sobre nuestra realidad política no es tarea sencilla. Procurar comprender los acontecimientos que a diario se producen, la conducta de nuestras autoridades y sus decisiones, exige la aceptación de que las cosas no son como debieran.-

 

Es claro que si el baremo fuera elevado, el resultado del análisis y las conclusiones arrojarían como resultado una crítica más severa. Pero no debe escapar al observador, que la construcción del sistema democrático y representativo en nuestro país, es tarea iniciada hace apenas veinte y siete años, por lo tanto, pudiera ser razonable (no sé a ciencia cierta si lo es, o no), que las jóvenes instituciones republicanas padezcan debilidades y vicios, de los que – pareciera – no pueden liberarse, por la falta de una visión clara en los actores, protagonistas y principales responsables.-

 

La refundación del Paraguay, el 3 de febrero de 1989, constituye un hecho histórico, que ha marcado el fin de un modelo de intolerancia y exclusión, cuya vigencia en el pasado, se extiende por mucho más tiempo que el de gobierno del derrocado Alfredo Stroessner, y tal vez su origen podría situarse en la época inicial de nuestra independencia.-

 

Con la Constitución de 1992, elaborada por primera vez en nuestra historia, con la participación de todos los sectores políticos y sociales nacionales, se pretendió diseñar un sistema de convivencia tolerante, sin exclusiones, ni persecuciones, estableciendo Instituciones de Gobierno que, en el ejercicio de la representación popular, satisfagan sus necesidades materiales y espirituales.-

 

Todos éramos conscientes de que la tarea de formar y consolidar las instituciones sociales y políticas creadas por la nueva Constitución no se presentaba como un desafío fácil o sencillo. Se requería (y requiere) de los mejores, de talento, de la mejor formación académica y moral.-

 

Pero, poco más de un cuarto de siglo han sido suficientes para evidenciarse que nos hemos desviado del propósito enunciado, y las Instituciones creadas por la Constitución siguen padeciendo vicios y debilidades, que creíamos debían ser superadas.-

 

El autoritarismo anterior, fue reemplazado por la corrupción, de la mano de la chatura intelectual de los protagonistas y responsables de la vida política de nuestro país, manteniendo la debilidad de las Instituciones democráticas y republicanas.-

 

El acceso a los cargos de relevancia de ineptos y oportunistas, ha provocado una profunda degradación de conceptos, de los valores sociales y republicanos, y la confusión – hoy día – es tal, que los llamados a Gobernarnos se han olvidado que los cargos que ostentan constituyen dignidades y no simples empleos.-

 

La Institución más importante en el sistema republicano de un país, es su Parlamento. Así lo ha sido desde su aparición como órgano de representación popular y pluralista. El Parlamento debe ser el escenario en el cual se debatan las ideas y proyectos que representen los altos intereses de la nación y no el lugar propicio para obtener beneficios personales o sectoriales.-

 

Nuestros parlamentarios, sin embargo no han sabido, o no han querido entender que desde el cargo que ocupan nos representan en la elaboración de las leyes, en la conformación de los órganos e instituciones que regirán nuestras vidas, en el control de la correcta administración del Gobierno.-

 

Han preferido olvidarse de la importancia y trascendencia de sus funciones, despreciando la dignidad del cargo, optando por convertirse en simples empleados de un órgano, cambiando la naturaleza de sus retribuciones económicas llenándose de privilegios.-

  

Considerar que un Parlamentario es empleado del Estado (o de la sociedad) es un despropósito y pretender, o tolerar que se comporte como tales, es igualmente perverso. El empleado tiene un “patrón” al que debe obediencia, mientras el Parlamentario no puede encontrarse sometido a mandato imperativo de nadie.-

 

El empleado cobra sueldo, horas extras, bonificación familiar y otros beneficios, el Parlamentario, dieta, y la diferencia es sustancial. El sueldo es una retribución del trabajo que se presta por cuenta ajena y en relación de dependencia, y dieta es un estipendio que paga a quienes ejecutan comisiones o encargos por cada día en que se ocupan en ellos, o por el tiempo que emplean en realizarlos.-

 

Los Empleados tienen derecho a la jubilación, al cumplir cierta edad, y alcanzar determinado tiempo de trabajo, mientras los Parlamentarios no, a pesar de que en nuestro país, basta haber sido Diputado o Senador por un periodo de cinco años, para gozar de este privilegio.-

 

La degradación a la que han sometido los Parlamentarios a la dignidad del cargo, ha generado errores y confusiones, no solo a la sociedad, sino a los mismos funcionarios del Estado, y es por ello explicable, aunque no justificable, que el Secretario de la Función Pública, haya remitido una nota a las Cámaras de nuestro Parlamento, con la lista de Diputados y Senadores que – por edad – están en situación de someterse a este beneficio (privilegio el caso particular).-

 

El hecho que generó la airada reacción de los afectados, no debe pasar desapercibido, ni constituirse en motivo de burlas o críticas, sino que debe ser objeto de preocupación y reflexión, con el propósito de procurar rectificaciones que permitan modificar la realidad, devolviendo al Parlamento el sitial que le corresponde en la estructura de un Estado republicano y democrático, cuyos integrantes ejerzan con altura la dignidad que reclama el cargo.-

 

Jorge Rubén Vasconsellos